Conóceme

Estábamos saliendo del invierno en 1975, cuando la magia de la vida creó un punto ínfimo en el universo flotando en el líquido amniótico de mi madre. Allí estuve nueve meses… bueno, mejor dicho, un poco más. Porque aquel noviembre de 1975, cambió la historia de mi país, y yo quise esperarme un poco más a salir para asegurarme de nacer en el nuevo estado que tenía que devolvernos la dignidad. Así que, al final, el 17 de diciembre de ese mismo año, dejé el cuerpo de mi madre.

Crecí en una tierra que me permitía ver cómo el Sol llenaba de sangre el cielo cuando se lo traga el mar, que me veía caminar por sus calles hacia el faro para escribir poesías en la inmensidad de aquel líquido azul, que me dejaba escudriñar en los rincones más escondidos de intramuros para encontrar joyas del tiempo. Así, afortunado de haber nacido en la tierra de los poetas, de los pintores, de los músicos, de la vida y el amor, me recuerdo desde bien pequeño, con un lápiz en mi mano, y en la otra, una hoja o una libreta. Tanto era así, que lo que más me apasionaba de la Navidad era despertarme el día de reyes y ver que Baltasar me había vuelto a dejar una libreta y un lápiz, los juguetes no eran tan importantes para mí.

En una de esas libretillas de reyes, a los ocho años me atreví a escribir mi primera historia, que no conservo, aunque me gustaría. Me encantaba leérsela a mi madre, sentía la necesidad de crear y contar, y por eso escribía y dibujaba de vez en cuando. Fue una vía de escape esencial para alguien con una existencia atormentada por ser AACCII y TEA, con todo lo que ello conlleva.

Fue en la adolescencia cuando esa diversión por la escritura se convirtió en obsesión y necesidad vital. Además, se mezcló con el hecho de que a mi bisabuela se le iba apagando la vida. Dos años en los que, su ocaso y su posterior muerte, junto a los versos de Ausías March llorando por su querida Isabel, impregnaban una producción desmesurada, llegando a escribir todos los días, algunos más de diez poesías. En solo esos dos años, había pasado de las 800 poesías escritas, 20 relatos3 novelas cortas, más de 100 dibujos, alrededor de unas 15 esculturas y algunas cosillas más de teatro, música, arquitectura, diseño de moda, diseño de coches, filosofía, lingüística…

Así, llegando mis obras a manos de gente que me animó a dedicarme profesionalmente a ello, en 1993 inicié mi carrera, bautizándome artísticamente como Zayd Bru i Sanç. Ingresé en asociaciones culturales y participé en revistas como articulista, haciendo tiras cómicas y con mis ilustraciones. También empecé a presentarme a justas literarias consiguiendo, solo tres años más tarde, el premio de prosa de los prestigiosos Jocs Florals de la Ciutat i Regne de Valencia, al que le sucederían 13 premios más, entre ellos el premio a Mejor Escritor Joven en 1998.

Ese mismo año, en 1998 me rebauticé artísticamente como Zaït Moreno, emprendiendo así una nueva etapa en la que la escritura y el diseño gráfico (papel, web y multimedia) se convertirían en mi principal actividad.

Junto a Imma Bas, en 2010 plantamos la semilla de lo que un año más tarde se materializaría en el proyecto Immaginant y que empezaría a funcionar en febrero de 2011. En el que la narración y mis creaciones las llevo al terreno de los cuentacuentos, actuaciones, animación y talleres creativos para niños y mayores.

En 2015, formo el proyecto La Plume, con Imma Bas a la voz y Raúl Camilo al piano. Formación en la cual combinamos la música en directo con poesía. Además de rapsoda, también escribo las letras de las canciones personalizadas para los eventos.

No puedo evitar pensar y cuestionarme todo. No puedo evitar las sobreexcitabilidades que me provocan la belleza y crueldad de la existencia que vivo. Como tampoco puedo evitar transformar todo eso con la creatividad que siempre me ha acompañado y que me da vida. Estos 30 años compartiendo litros y litros de tinta que salieron de mi pluma, junto a la retroalimentación por parte de aquellas personas a las que les llega mi obra, es uno de los mejores regalos que me ha dado la vida. Pero, sobre todo, lo es poder seguir haciéndolo 30 años más tarde. ¡Muchas muchas gracias!